Del otro lado del muro


Alemania no es lo que parece. O al menos no es lo que nosotros imaginábamos. Si países como Croacia o República Checa nos sorprendieron para bien, y Austria e Italia confirmaron lo que creíamos, Alemania se inscribe en un tercer grupo, aquellos de los que teníamos una idea superadora antes de conocerlos pero que luego tuvimos que adaptar a la realidad.

Sí, es seguro y el transporte funciona con relativa eficiencia, aunque no es nada económico. Primera decepción. Habíamos llegado a tierras teutonas con la promesa de un lugar barato —por debajo de Austria, al menos— y nos encontramos con los precios más excesivos desde que empezamos a recorrer Europa. Transporte público que rara vez baja de 2.50 euros el viaje, noches de alojamiento por 40 euros (solemos pagar alrededor de 30) y atracciones prescindibles por encima de 15. “El resto del país es más barato” nos dijeron en Munich. “Berlín es muy económico” nos aseguraron en Dresde. “Sí, es caro” nos confirmaron en la capital.

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Dresde. Arrasada por completo en la Segunda Guerra Mundial, fue reconstruida tal cual era antes de los bombardeos aliados

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El segundo preconcepto que rápidamente tuvimos que descartar fue la idea de los alemanes como personas organizadas, meticulosas y respetuosas. Más que en cualquier otro lugar que hayamos estado nos sorprendió la cantidad de gente tomando alcohol en la calle y en el transporte público —aun cuando hay expresas señales que lo prohíben—, siendo agresivos y mostrando una franca desconsideración por el prójimo en muchos casos. De los cinco alojamientos que reservamos en Alemania, en tres tuvimos algún tipo de problema con el anfitrión y en dos tuvimos que discutir bastante fuerte para defender nuestros derechos. Nunca nos había pasado.

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Hamburgo, el segundo puerto más grande de Europa

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Tercero, las ciudades están bastante alejadas del concepto de orden y limpieza que imaginábamos. Basura en la calle, fuerte olor a orina en algunos espacios públicos y gran cantidad de lugares vandalizados por el graffiti, incluido el mismísimo Muro de Berlin, el cual en 2009 tuvo que someter sus pinturas más famosas a una restauración porque estaban irreconocibles debido a la acción de muchos irresponsables. Lo peor de este último caso es que los autores no siempre actúan en la clandestinidad: muchos de ellos son los mismos turistas que, alentados por los guías, dejan su marca en ese histórico espacio con una lapicera.

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Bremen

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Para evitar nuevas flagelaciones la East Side Gallery (galería del lado este, en español), una sección del muro de 1.3 kilómetros que fue preservada para que artistas de todo el mundo crearan murales conmemorativos, está en la actualidad cubierta casi en su totalidad por vallas. Todavía es posible apreciar sus pinturas más famosas, pero a través de una triste y enorme porción de alambre.

De todas maneras, incluso así conservan toda su carga simbólica. Una de las obras más impactantes es probablemente la del beso entre Leonid Brézhnev (Jefe de Estado de la Unión Soviética) y Erich Honecker (Jefe de Estado de la República Democrática Alemana), la cual representa una fotografía real que se tomó durante la celebración del 30 aniversario de la RDA en 1979. Conviene aclarar que el beso entre Brézhnev y Honecker carece de connotación sexual. Es un simple beso de hermanamiento, una costumbre muy común en Rusia y otros países como muestra de confianza mutua.

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Bajo la imagen de los políticos besándose dice: “Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal”.

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El Trabant era un auto fabricado en la RDA muy económico y duradero. 

La historia del Muro y las dos Alemania ha dejado mucha tela para cortar en la ciudad y muchos negocios para lucrar. A la venta por doquier de souvenirs tan comunes como remeras, gorras, imanes de heladera y postales se le suman otros bastante más curiosos, como pedazos reales —al menos eso aseguran las tiendas— del propio Muro. Para los más fanáticos también existe la posibilidad de tener en tu pasaporte el sello de la RDA, la Alemania socialista, a pesar de que no exista hace más de 25 años. Este extraño recuerdo se ofrece en un lugar llamado Checkpoint Charlie, el único paso fronterizo de Berlín que se preservó a medias para que los visitantes puedan imaginar cómo era vivir en una ciudad dividida en dos países.

Nos llamó mucho la atención la gran cantidad de gente que con gran liviandad se acercaba a un hombre disfrazado de militar que le sellaba el pasaporte. No hay que ser ningún abogado internacional para saber que alterar el documento de viaje es ilegal —vamos, apenas hay que leer la primera página—. Y claramente colocar un sello no oficial junto al de otros estados no parece lo más sensato a la de hora de ofrecerle un servicio al turista.

Sumamente intrigados, nos acercamos al pseudo militar para averiguar de qué se trataba aquello, aunque no teníamos ni la más mínima intención de entregarle nuestro pasaporte.

— ¿Cuánto sale el sello? —le preguntamos.

—Cinco euros —nos contestó—. Les colocamos seis sellos en total: de la República Federal Alemana, la RDA, Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la URSS, que eran los países presentes en Berlín después de la Segunda Guerra Mundial.

—Seis sellos…  —repetimos, incrédulos—. Eso ocupa toda una página. ¿No es ilegal hacer algo así?

—No, no, para nada. ¿De dónde son?

—Argentina.

—¡Argentina! —exclamó. Acto seguido empezó a contarnos en español lo mismo que nos acababa de ofrecer en inglés. Nos alejamos rápidamente de allí porque ya teníamos gente detrás esperando ansiosamente su turno para invalidar su pasaporte. No puede decirse que has estado en Berlín si no te llevás a casa un pedazo del Muro y el sello de Alemania del Este.

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Checkpoint Charlie, el punto fronterizo más tenso del siglo XX hoy convertido en bastión turístico

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Una sección del Muro mantenida tal cual era

El resto de la ciudad se reparte entre los recuerdos de la guerra fría y del nazismo, aunque francamente resulta algo aburrido. La misma historia oficial, el mismo punto de vista dominante que se extiende en los países occidentales. No es que uno busque encontrar una encarnizada defensa de las atrocidades de Hitler y los suyos, pero el hecho de estar en el lugar central de los hechos podría aportar otros matices de la guerra —cómo la sufrió la Alemania civil, por ejemplo, cuyas ciudades quedaron completamente arrasadas— que brillan por su ausencia.

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Homenaje a las víctimas del Holocausto

El único museo que nos pareció que rompía con esa lógica fue el Memorial del Muro de Berlín, una muestra gratuita que expone historias de ciudadanos comunes en relación a la división de la ciudad y recuerda con cierta crítica que la idea de desmembrar Alemania fue de todos los países aliados. Además, destaca el hecho de que Estados Unidos vio con buenos ojos la construcción del Muro, porque desde su visión eso significaba que la Unión Soviética no tenía intenciones de invadir Berlín oeste.

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El Memorial del Muro recrea una sección de vigilancia de la frontera entre las dos Berlín

Munich, Dresde, Berlín, Hamburgo y Bremen fueron nuestras cinco escalas germánicas. Con sus más y sus menos, apenas la capital nos dejó cosas imprescindibles. Así que, como dijo el Diego antes de perder 4 a 0 en los cuartos de final del mundial de Sudáfrica 2010: “No se coman el chamuyo de Alemania”.

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